Este antibiótico, de aplicación sobre todo en hospitales, es la segunda causa de reacción adversa a medicamentos por detrás de las penicilinas. El hallazgo ha sido resultado de más de ocho años de estudio y colaboración entre la Universidad de Málaga y el Hospital Carlos Haya.
Cuando hablamos de antibióticos vienen a la mente fármacos tan comunes como la penicilina o la amoxicilina. Ambos están presentes en la mayoría de prescripciones médicas que se dan en nuestro país cuando se trata de acabar con una infección. Pero, ¿qué ocurre si somos alérgicos a alguno de ellos?
Los antibióticos representan el 30 por ciento de la causa de alergias a medicamentos en el mundo y a menudo el paciente no es alérgico a todos, sino a un modelo concreta. Es por ello que, en el caso de que un enfermo necesite de este tipo de fármacos, es necesario afinar la puntería a la hora de recetar un tipo de penicilina u otra, o incluso optar por antibióticos basados en cefalosporinas, también del grupo de los β-lactámicos.
El uso de esta última no es tan común como la penicilina en nuestro país, al contrario de Italia donde su prescripción supera a la del hallazgo de Fleming. En España, la mayoría de los estudios han ido encaminados a detectar las reacciones adversas de los pacientes ante la presencia de penicilina en su organismo, optando en muchas ocasiones a descartar también la cefalosporina por similitud más que por pruebas clínicas.
En este sentido, la Universidad de Málaga (UMA) en colaboración con el Hospital Carlos Haya ha publicado un trabajo en la prestigiosa revista Chemical Research in Toxicology cuyo objetivo ha sido, precisamente, la detección in vitro de reacciones adversas a diferentes variedades de cefalosporinas. Alergias que se manifiestan ya en torno al 10% y el 15% de los pacientes que han tomado estos antibióticos y que, hasta la fecha, no contaban con una prueba eficaz para diagnosticar previamente el rechazo de su organismo ante este tipo de β-lactámicos.
El grupo de Dendrímeros Biomiméticos y Fotónica de la UMA, liderado por Ezequiel Pérez-Inestrosa, lleva colaborando más de 20 años con el Servicio de Alergología del Hospital Carlos Haya de Málaga. Tanto Pérez-Inestrosa como María Isabel Montañez, responsable del estudio, han dedicado casi ocho años a esta línea de investigación. Un trabajo que arroja según sus autores un amplio abanico de posibilidades en el diagnóstico clínico y abre la puerta a la aplicación de la cefalosporina en casos que, a priori, estaba descartada por un posible rechazo del paciente.
“Cuando la penicilina reacciona en el organismo para generar lo que nuestro sistema inmunológico va a rechazar, lo que queda de esta es fácil de identificar. Por el contrario, explica Pérez-Inestrosa, las cefalosporinas, aunque son químicamente muy similares a la anterior, finalmente acaban descomponiéndose, lo que ha motivado que a día de hoy no se haya podido detectar cuál es la estructura química que da lugar a la reacción alérgica”.
Esta dificultad añadida ha supuesto que actualmente no haya ningún test en el mercado que permita saber si el enfermo es alérgico o no a este β-lactámico. Es más, el paciente puede ser alérgico a un tipo de cefalosporina y a otro no, distinción para la que no existe prueba alguna.
“Hasta ahora, afirma este investigador, las pruebas se han estado haciendo en vivo, con el riesgo que conlleva para el paciente enfrentarse a una fuerte reacción contra el antibiótico”.
Las cefalosporinas, de aplicación sobre todo en hospitales, son la segunda causa de reacción adversa a los medicamentos por detrás de las penicilinas. Sin embargo, como afirman los autores de este trabajo, se sabe relativamente poco sobre su mecanismo de inmunogenicidad. En este punto, la conclusión de este estudio ayudará a comprender mejor el fundamento de la inmunotoxicidad de este antibiótico. Para ello han probado la inmuno-reactividad de una serie de epítopos (moléculas reconocidas por el sistema inmunitario) sintéticos con varias estructuras.
In vitro vs In vivo
En concreto se han valido de pacientes en los que previamente su organismo había rechazado las cefalosporinas.
“Como químicos sabemos predecir cuál es la reactividad de las moléculas cuando reaccionan, por lo que sintetizándolas en el laboratorio y mediante pruebas de immunoensayo podemos ver in Vitro si las inmunoglobulinas de pacientes alérgicos las reconocen”, describe María Isabel Montañez, cuya tesis ha sido la precursora de esta investigación.
La técnica in vitro es donde reside una de las principales aportaciones del trabajo. El paciente no corre riesgo alguno de reacción alérgica, como sí lo corría en las pruebas en vivo tradicionales. Una fase en la que ha sido crucial la colaboración con la Red Temática de Investigación Cooperativa de Reacciones Adversas a Alérgenos y Fármacos en España (RIRAAF) y la solicitud de muestras de sangre a su Biobanco, que aporta suero de prácticamente todos los puntos del país, un factor básico para validar el estudio en distintas localizaciones sujetas a diferentes condicionantes climáticos y alimentarios. “En este caso, con una simple muestra de sangre hemos conseguido concretar el tipo de cefalosporinas al que el sujeto es alérgico, por lo que podría prescribírsele otra variante que no rechazara”.
Una vez protegida la idea, el siguiente paso, señalan sus responsables, es dar el salto a la empresa farmacéutica dedicada al diagnóstico clínico y certificarlo en el sistema sanitario. “De hecho, tenemos ya contactos con empresas españolas y a nivel europeo. Además, añaden, nosotros hemos hecho un modelo de análisis, ahora la empresa puede desarrollar métodos de detección de otra forma, para fabricar kits que faciliten su aplicación”.